Visión Jefe Seattle 2

La visión del Jefe Seattle

Versión 2 (español)

mis palabras son como las estrellas


Esta versión fue escrita por William Arrowsmith a finales de la década de 1960, como un intento de modificar el texto original para que tuviera un lenguaje más actual, sin el florido estilo victoriano empleado por Smith.

Excepto por esta modernización, es muy similar a la Versión 1.

Nota: Puede ir a la versión original en inglés para comparar (y posibles correcciones).


Hermanos, ese cielo que está encima de nosotros se ha compadecido de nuestros padres durante muchos siglos. Nos puede parecer inmutable, pero puede cambiar. Hoy está despejado. Mañana puede estar encapotado con nubes.

Mis palabras son como las estrellas. Ellas nunca se ponen. Lo que diga Seattle, el gran jefe en Washington puede confiar en ello tanto como nuestros hermanos blancos pueden confiar en el regreso de las estaciones.

El hijo del Jefe Blanco dice que su padre nos envía palabras de amistad y buena voluntad. Esto es muy amable de su parte ya que sabemos que él necesita poco de nuestra amistad. Son muchas sus gentes, como la hierba que cubre las praderas. Mi gente es poca, como los árboles esparcidos por las tormentas en las praderas.

El gran – y bueno, presumo – Jefe Blanco dice que desea comprar nuestra tierra. Pero él reservará suficiente para que podamos vivir confortablemente. Esto parece ser generoso, ya que el hombre no tiene más derechos que él necesite respetar. También podría ser sabio, ya que no necesitamos más un gran territorio. Hubo un tiempo en que mi pueblo cubría esta tierra como la marea moviéndose con el viento por los llanos cubiertos de conchas. Pero ese tiempo se ha ido, y con él la grandeza de tribus ahora casi olvidadas.

Pero no lloraré por la desaparición de mi pueblo. Ni voy a reprochar a mis hermanos blancos por haberla causado. Quizás también nosotros somos parcialmente culpables. Cuando nuestros jóvenes se enojan por alguna injusticia, real o imaginaria, se desfiguran sus caras con pintura negra. Entonces también sus corazones están desfigurados y feos. Son crueles y su crueldad no tiene límites, y nuestros viejos no pueden moderarlos.

Esperemos que nunca regresen las guerras entre el hombre rojo y sus hermanos blancos. Tendríamos todo que perder y nada que ganar. Los jóvenes consideran a la venganza como una ganancia, aún cuando pierden sus propias vidas. Pero los viejos que se quedan atrás en la guerra, madres con hijos que perder — ellos saben que no es así.

Nuestro gran padre Washington—porque él debe ser nuestro padre al igual que suyo, desde que George movió sus fronteras más hacia el norte—nuestro gran y buen padre nos envía el mensaje con su hijo, quien seguramente es un gran jefe entre su gente, de que nos protegerá si hacemos lo que él desea. Sus bravos soldados serán una fuerte pared para mi pueblo, y sus grandes barcos de guerra llenarán nuestros puertos. Entonces nuestros antiguos enemigos del norte—los Haidas y Tsimshiams—cesarán de asustar a nuestras mujeres y viejos. Entonces será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos.

Pero, ¿puede eso suceder alguna vez? Su Dios ama a su pueblo y odia a la mía. Él pone sus fuertes brazos alrededor del hombre blanco y lo conduce por la mano, como un padre conduce a su pequeño hijo. Él ha abandonado a sus hijos rojos. Él hace que su gente sea cada vez más fuerte. Pronto inundarán toda la tierra. Pero mi pueblo es como una marea menguante que nunca regresará. No, el Dios del hombre blanco no puede amar a sus hijos rojos o él los hubiera protegido. Ahora somos huérfanos. Nadie está para ayudarnos.

¿Cómo, entonces, podemos ser hermanos? ¿Cómo puede ser su padre nuestro padre, y lograr que prosperemos y despertar en nosotros sueños de una futura grandeza? Su Dios debe esta parcializado. Vino hacia el hombre blanco. Nosotros nunca lo vimos, ni siquiera escuchamos su voz. Él les dió leyes al hombre blanco, pero no tuvo palabras para sus niños rojos cuyas multitudes una vez llenaban esta tierra como las estrellas llenan el firmamento.

No, somos dos razas diferentes, y debemos permanecer separados. Hay muy poco en común entre nosotros.

Para nosotros, las cenizas de nuestros antepasados son sagradas. Sus tumbas son suelo sagrado. Pero ustedes son personas errantes, dejando detrás las tumbas de sus padres, y no les da pena.

Su religión fue escrita sobre lápidas de piedra por el dedo de hierro de un Dios enojado, para que así no la olvidaran. El hombre rojo nunca podría comprender o recordar eso. Nuestra religión es las tradiciones de nuestros antepasados, los sueños de nuestros hombres viejos, enviados por el Gran Espíritu, y las visiones de nuestros jefes. Y está escrita en los corazones de nuestra gente.

Sus muertos se olvidan de ustedes y de la tierra que los vió nacer tan pronto como van más allá de la tumba y pasean entre las estrellas. Rápidamente son olvidados y nunca regresan. Nuestros muertos nunca olvidan esta hermosa tierra. Es su madre. Ellos siempre aman y recuerdan a sus ríos, sus grandes montañas, sus valles. Ellos suspiran por los seres vivos, que también están solitarios y que añoran sus muertos. Y sus espíritus regresan con frecuencia para visitarnos y consolarnos.

No, día y noche no pueden convivir.

El hombre rojo siempre se ha retirado ante los avances del hombre blanco, como la neblina en las laderas de la montaña huye ante el sol de la mañana.

Asi que me parece justa su proposición, y creo que mi gente la aceptará y se retirará a la reservación que usted le ofrece. Viviremos separados, y en paz. Porque las palabras del Gran Jefe Blanco parecen ser las palabras de la naturaleza que hablan a mi gente desde la densa oscuridad—una oscuridad que se adhiere a nosotros como la neblina noctura que se mueve tierra adentro desde el mar.

Importa poco donde pasemos el resto de nuestros días. No serán muchos. La noche del indio será oscura. Ninguna estrella luminosa brilla en su horizonte. El viento es triste. El destina caza al hombre rojo. Donde quiera que vaya, escuchará los pasos de su destructor que se aproxima, y se prepara para morir, como el antílope herido que escucha los pasos del cazador.

Una pocas lunas más, unos pocos inviernos más, y ninguno de los descendientes de de las grandes tribus que alguna vez vivieron en esa amplia tierra o que vagan ahora en pequeñas bandas en los bosques quedarán para llorar sobre las tumbas de un pueblo que una vez fue tan poderoso y con tantas esperanzas como el suyo.

Pero, ¿por qué debo llorar sobre el paso de mi pueblo? Las tribus están compuestas por hombres, nada más. Los hombres van y vienen, como las olas del mar. Una lágrima, una oración al Gran Espíritu, un canto fúnebre, y ellos desaparecen de nuestros añorantes ojos para siempre. Incluso el hombre blanco, cuyo Dios caminó y conversó con él como un amigo con otro amigo, no puede estar exonerado del destino común.

Puede que seamos hermanos, después de todo. Veremos.

Consideraremos su oferta. Cuando hayamos decidido, se lo haremos saber. En caso de que aceptemos, aquí y ahora pongo esta condición: nunca se nos negará el derecho a visitar, en cualquier momento, las tumbas de nuestros padres y nuestros amigos.

Cada parte de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada ladera, cada valle, cada claro y bosque, es sagrada para la memoria y experiencia de mi pueblo. Inclusos esas rocas mudas a lo largo de la costa están cargadas de eventos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El polvo bajo sus piés responde con más amor a nuestras pisadas que a las suyas debido a que son las cenizas de nuestros abuelos. Nuestros píes desnudos reconocen el toque familiar. La tierra es rica con las vidas de nuestra gente.

Los jóvenes, las madres y las niñas, los niños que una vez vivieron y fueron felices aquí, todavía aman estos lugares solitarios. Y al atardecer, los bosques se oscurecen con la presencia de los muertos. Cuando el último hombre rojo se haya desvanecido de esta tierra, y su memoria sea solamente una historia entre los blancos, estas costas todavía estarán repletas de muertos invisibles de mi gente. Y cuando los hijos de sus hijos piensen que están solos en los campos, los bosques, los talleres, los caminos o en la quietud de los bosques, ellos no estarán solos. No hay lugar en este país donde un hombre pueda estar solo. En la noche, cuando las calles de sus pueblos y ciudades estén silenciosas y ustedes crean que están desiertas, ellas estarán atestadas con espíritus que regresa y que una vez las llenaban y que todavía aman estos lugares. El hombre blanco nunca estará solo.

Que él sea justo y trate amablemente a mi gente. También los muertos tienen poder.


Nota: Puede ir a la versión original en inglés para comparar (y posibles correcciones).