Las Ciudades I

Las Ciudades

Autor: Julen Rekondo

Las ciudades están ahí y casi todos nosotros vivimos en alguna. Por muchos problemas que causen, hay que contar con ellas. Hace una década, las ciudades tenían poco que ofrecer a las generaciones más inquietas. Hoy, en un mundo donde prima la búsqueda de estímulos y sensaciones, las urbes le están ganando la partida a la naturaleza. Existe todo un movimiento de reivindicación del espacio urbano que parte de esa realidad e intenta sacarle el máximo partido ecológico a las ciudades. El tema lo merece, pues no olvidemos que en ellas habita la especie que nos resulta más afín de todas: los seres humanos.

Las ciudades se han convertido en el hábitat típico de la humanidad actual. Más del 80% de la población de la Unión Europea vive en núcleos urbanos y el 60% de la población mundial será urbana en el año 2005. Son cifras frías y concretas que sirven para comprender la dimensión de un fenómeno complejo y de trascendental importancia para el futuro del planeta.

Como en tantos otros temas, todos están de acuerdo en la enfermedad, pero no en los remedios: para caminar hacia una sociedad ecológica es necesario cambiar los hábitos y las dinámicas urbanas. En un planeta con más de 5,000 millones de habitantes volver al campo no es una solución global. La respuesta puede estar en la dirección contraria: convertir los núcleos urbanos en una nueva síntesis entre urbe y naturaleza, donde la arquitectura, el transporte, el uso del suelo, la recuperación de los suelos degradados, las decisiones comunitarias así como las costumbres sociales, la educación y la cultura estén íntegramente relacionadas entre sí.

El desafío al que han de hacer frente los poderes públicos durante los próximos decenios, especialmente en las ciudades de máximo crecimiento demográfico del Tercer Mundo, parece inmenso. Sus posibilidades de éxito no sólo dependerán de las capacidades locales, sino también de la posibilidad de transformar favorablemente el estado de las relaciones internacionales y sociales sobre dos cuestiones clave: un sustantivo avance en la convergencia real de las economías y oportunidades entre países ricos y pobres; y la asunción de una nueva ética ambiental universal que, reconociendo la inviabilidad de los actuales patrones de desarrollo, asuma la necesidad de alumbrar otros nuevos, que resulten viables y generalizables al conjunto de la humanidad.


Para vivir en ciudades habitables

En 1850 había en todo el mundo cuatro ciudades de más de un millón de habitantes; en 1900 ya eran veinte y en 1950 ciento cuarenta. Actualmente sobrepasan esa cifra mágica más de 200 y el 50% de la población de la Tierra vive en las ciudades. Según todos los pronósticos en el 2030 las áreas urbanas acogerán a las dos terceras partes de la población mundial.

Las ciudades, durante largas épocas destacados centros de producción, desarrollo social, innovación y creatividad, han devenido en los últimos tiempos en espacios cada vez más inhóspitos en los que se multiplican la pobreza, la violencia, la marginación y la degradación del entorno. El desmesurado auge urbano de estas últimas décadas, tan veloz como desequilibrado, ha desencadenado una crisis ambiental sin precedentes con efectos preocupantes también sobre la salud. Según Naciones Unidas, el deterioro del medio ambiente urbano es responsable de que más de 600 millones de habitantes de las ciudades de todo el mundo, principalmente en los países en desarrollo, vivan en condiciones que amenazan seriamente su salud y supervivencia, y que otros 1300 millones se expongan cotidianamente a unos niveles de contaminación del aire que sobrepasan las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud.

Además de los impactos internos, la huella “ecológica” de la ciudad traspasa las fronteras locales para afectar a toda la biosfera. Fenómenos globales como la disminución de la capa de ozono, “lluvias ácidas” o el denominado “efecto invernadero”, tienen su origen en las emisiones contaminantes de óxidos de nitrógeno, anhídrido carbónico, monóxido de carbono, dióxido de azufre, etc., cuyo principal foco emisor son las ciudades, sobre todo en los países más industrializados y desarrollados. Frente a este inquietante panorama, el reto de las ciudades cuando abordamos el cambio de milenio es plantear modelos de desarrollo urbano sostenible, que permitan conciliar la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos con la preservación del patrimonio natural.


Reducir el tráfico

En las ciudades, el tráfico es la principal fuente de contaminación atmosférica; supone prácticamente el 100% de las concentraciones de monóxido de carbono y de plomo, el 60% de los óxidos de nitrógeno -que contribuyen a la formación de las “lluvias ácidas“-, y el 50% de las partículas. Asimismo, el sector del transporte en la ciudad es uno de los de mayor consumo energético y, por consiguiente, de las emisiones de CO2, gas responsable en un 50% del “efecto invernadero”.

El ruido, una de las formas de contaminación más genuinamente urbana, también tiene su origen en el estruendo sonoro que la creciente motorización provoca. A estos impactos, se añade la incesante apropiación de espacio engullido por las infraestructuras viarias en aumento, que en las grandes ciudades europeas ocupan ya en la actualidad por término medio entre el 10 y el 15% del suelo.

Todos estos datos negativos no hacen sino confirmar la ineficiencia de los sistemas de transporte urbano, basados en el dominio casi absoluto del vehículo privado. En muchas ciudades europeas el coche representa ya el 80% del transporte motorizado. En este contexto, en el que cada vez es más cuestionada la presencia abusiva y hegemónica del coche, se viene defendiendo de unos años para acá y desde diversos ámbitos ciudadanos un cambio de los sistemas de transporte urbano, apostando por un modelo más equilibrado en términos ecológicos, sociales y económicos. Un modelo cuyo objetivo principal deberá ser la mejora de la accesibilidad y no la mera movilidad. La clave de este nuevo enfoque está en reducir las necesidades de desplazamientos, y no en acortar los tiempos de los viajes. Un planteamiento de esta naturaleza exige como requisito fundamental la integración de las políticas de transporte y planificación urbana. Como sugiere el Libro Verde del Medio Ambiente Urbano, los esfuerzos en esta dirección deberían encaminarse a frenar en lo posible el desarrollo urbano disperso, y a promover, por el contrario, la mezcla de usos y actividades. Un ideal con nombre de cuento: “la ciudad de las cortas distancias“.

Y junto a estos aspectos claves de planificación de los usos del suelo, deberán ponerse en marcha otra serie de medidas que posibiliten un reparto más equitativo del espacio viario, limitando el uso del coche en la ciudad y, potenciado los medios más ecológicos, como el transporte colectivo, el peatonal y la bicicleta.


Gestión ecológica de los residuos

La elevada densidad demográfica y la hiperactividad económica desarrollada en las ciudades provoca también una cantidad de residuos de muy diversa índole: domésticos, industriales, etc., cuya eliminación es uno de los mayores problemas con los que se enfrentan los gestores de las ciudades.

basurero

Hasta ahora, el incómodo asunto se ha resuelto con la construcción de vertederos, pero esta solución, cómoda y sencilla en principio, se está convirtiendo en otro foco de conflicto para las ciudades, debido a la escasez de suelo disponible, sin olvidar las protestas de los residentes en las zonas adyacentes. La incineración es otra opción, pero también tiene sus problemas. Las emisiones pueden ser tóxicas si no se cumplen normas estrictas y no se encuentran con facilidad emplazamientos adecuados para estas instalaciones.

En los últimos años, la norma de las tres “ERRES” (Reducción, Reutilización y Reciclaje) puede considerarse como una alternativa importante y más ecológica a los otros sistemas de eliminación. Reducir la producción y consumo de envases o embalajes excesivos y superfluos, de usar y tirar, es la parte de la solución que va directamente a detener el aumento actual de los Residuos Sólidos Urbanos. Reutilizar, reparar y remendar cualquier objeto cuya vida útil pueda alargarse significa empezar a valorar como es debido el trabajo, la energía y los materiales empleados en producirlo. El Reciclaje permite recuperar las materias primas para producir otros nuevos. Para lograr las tres ERRES, las basuras deben seleccionarse en origen en varias fracciones y depositarlas en contenedores apropiados. Aún así, a pesar de los avances en esta técnica, seguirán produciéndose importantes cantidades de residuos que deberán tratarse en las mejores condiciones medioambientales.


Diseñar viviendas más eficientes y saludables

En un contexto generalizado de crisis ambiental, nadie duda de que la ecología se convertirá en un referente insoslayable en las ciudades del siglo XXI. Impronta medioambiental que, lógicamente, también tendrá su reflejo en las tendencias arquitectónicas y las técnicas de construcción. La clave está en ahorrar energía. El objetivo será lograr unas casas más eficientes desde el punto de vista energético y del consumo de recursos y, por consiguiente, más respetuosas con el entorno. La energía solar, hasta ahora escasamente utilizada, tendrá mucho que decir en un futuro amenazado por los cambios climáticos. Su empleo para proporcionar calefacción, agua caliente, etc., unido a la mejora de los sistemas de aislamiento, supondrá una reducción substancial de la factura energética convencional. Un objetivo al que también contribuirán unos sistemas de iluminación que favorecerán la luz natural mediante un cuidado diseño arquitectónico y el empleo generalizado de bombillas fluorescentes de última generación, que gozan de un consumo muy reducido y larga vida.

También el consumo de agua que llega en los países industrializados a 300 litros al día por habitante, deberá limitarse mediante instalaciones de fontanería más eficientes, como grifos con pulsador de cierre temporizado, redes propias y separadas para las aguas residuales negras (inodoros) y grises (cocinas, baños, duchas) y utilización de flujos reguladores en cisternas. En algunas viviendas incluso se podrá aprovechar el agua de lluvia para su empleo en inodoros y para riego de plantas y jardines.

Asimismo, el desarrollo de técnicas de construcción “verdes” permitirá la selección de aquellos materiales -incluídos los reutilizados y reciclados- menos dañinos tanto para el medio ambiente como para las personas, procurando mejorar el ambiente interior de los edificios. Y es que como evidencia un reciente informe del prestigioso Worldwatch Institute, aproximadamente el 30% de los edificios modernos exponen a sus usuarios a diferentes tipos de emanaciones tóxicas por el empleo de sustancias como amianto, formaldehidos y determinadas pinturas.


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