Introducción Ecología
La tarea de la ciencia, que tan placentera resulta, consiste esencialmente en observar los fenómenos del mundo natural que requieren una explicación, y luego en encontrar dichas explicaciones.
El hombre medieval (o niño moderno) pudo aceptar con sencillez no sólo hechos como el cambio de las estaciones y la caída de los cuerpos, sino también algunos fenómenos biológicos notables. Así cada mañana, al dirigirse a su trabajo, se deleitaba con el canto de las aves, el “coro del alba”, pensando que sin duda constituía una gracia divina para empezar el día. Quizá razonando más debió pensar que ese canto de las aves en las mañanas constituía un hecho sumamente peculiar. ¿Por qué cantan los pájaros en el alba? De hecho, ¿por qué cantan? También debió observar que en el jardín existían muchas clases diferentes de plantas, así como en el pantano y en el bosque. ¿Por qué debían existir todos estos tipos distintos de plantas desarrollándose una al lado de la otra en sitios tan similares? Lo mismo sucedía con los animales; habían más clases de ellos que de vegetales, particularmente en el caso de los insectos. ¿Por qué era así? Y, en todo caso, ¿por qué no existían más clases? Estas preguntas no se plantearon formalmente aun cuando la ciencia había encontrado explicaciones a fenómenos menos notables del mundo físico. Sólo hasta nuestro siglo han logrado aclararse las preguntas más interesantes; las respuestas constituyen el material con que se ha estructurado entre otras, la disciplina de la Ecología.
Las preguntas que se refieren al número de seres vivientes o bien al sitio donde se pueden encontrar y lo que hace, se pueden considerar problemas de hábitos y de hábitats. El término Ecología se formó de manera que incluyera la idea de el estudio de los animales y las plantas en relación con sus hábitos y sus hábitats. Se deriva de la palabra griega oikos, que significa “casa”, “hogar”, “refugio hogareño”, y logos, que significa “ciencia”. Es decir, esta palabra se ha formado del griego “ecología” para indicar el “estudio del refugio hogareño de la naturaleza”. Constituye un término útil, ya que incluye la idea del estudio de todo lo relacionado con los fenómenos, las formas y los ambientes de los seres vivos.
Un ecólogo va al campo con frecuencia para estudiar a los animales y las plantas en la naturaleza. Sin embargo, muchas otras personas hacen lo mismo sin necesidad de ser ecólogos. Se puede comprender mejor la diferencia mediante un ejemplo. Es una costumbre inglesa hablar de las alondras (en inglés, lark). Así se dice: cantar como una alondra, ser tan feliz como una alondra, y aún, irse de parranda como una alondra. Este hábito literario se deriva de las meditaciones poéticas acerca de las costumbres de la alondra del norte de Europa: Alauda arvensis.
En las primeras etapas del verano, las alondras emiten bellos trinos, volando sobre las praderas y los campos de trigo. Se elevan ligeramente desde el suelo, vuelan aleteando mientras cantan y se elevan cada vez más hasta casi desvanecerse en lo alto del cielo. Luego suspenden su canto y se dejan caer hasta casi tocar el suelo, para repetir íntegramente su actuación. Uno puede recostarse en el suelo, y quedarse horas enteras, arrullado por esta grata escena. Muchos poetas lo han hecho durante siglos. Algunas personas viajan también para conocer a estas aves, registrar los días en que cantan, saber dónde encontrarlas, observar sus nidos y sus huevos y, en general, para desarrollar una buena labor de naturalistas. Sin embargo, durante siglos no se había hecho el intento de estudiar razonadamente las bellas costumbres de las alondras, para darse cuenta de que en este hecho existe algo raro que requiere una explicación: ¿Por qué la alondra se comporta de esta manera tan peculiar? Una vez que se hace esta pregunta, el campo de estudio de la alondra y de otros seres se llama ecología. Las innumerables personas que han observado a las alondras sin hacerse esta pregunta podrán ser naturalistas, pero no ecólogos.
La investigación ecológica ha avanzado lentamente, desde los problemas más obvios hasta aquellos de carácter complejo y sutil. Algunas de las primeras investigaciones se relacionaron con la geografía: ¿Por qué es distinta la vegetación de las diferentes partes del mundo?; o bien, ¿por qué algunos campos producen cosechas más abundantes que otros?. Estos problemas se afrontaron de dos maneras. Algunos investigadores se concentraron en las especies aisladas, así como en las condiciones que afecta a sus vidas (autoecología), mientras que otros estudiaron las congregaciones de organismos mixtos que denominaron comunidades (sinecología). Posteriormente el problema del tamaño de la población adquirió un interés primordial que persiste hasta la fecha. ¿Por qué tenemos la impresión de que en la naturaleza existe un equilibrio aparentemente constante entre las poblaciones de los animales y las plantas, a pesar de que cada uno de ellos se reproduce con tanta rapidez como puede? Por otra parte, ¿por qué observamos excepciones tan notables a este equilibrio, como las plagas y otros trastornos menores? La ecología está buscando continuamente las respuestas a estas preguntas, pero dichos problemas son complejos y el avance hacia la solución de los problemas principales sólo se ha logrado mediante el esclarecimiento de problemas menores que se encuentran al paso.
Ahora, cuando aún no alcanzamos nuestras metas, la resolución a esos problemas ha adquirido súbitamente un carácter vital para el hombre. Debido al crecimiento de la población humana y a la modificación de nuestros hábitos, las condiciones de vida para todas las plantas y los animales (incluidos nosotros mismos) se han alterado drásticamente. La población humana ha rebasado con sus demandas su propio suministro de energía. Los desechos de nuestros cuerpos y de nuestras máquinas han alcanzado niveles que están modificando el sistema mundial. Se han tomado medidas uniformes, aunque no muy efectivas, para mejorar nuestro porvenir. Así, hemos desarrollado potentes insecticidas sólo para lograr resultados terriblemente contraproducentes. Ahora, algunas aves, como las alondras de que hablaban los poetas, están desapareciendo, envenenadas por el DDT. ¿Por qué el DDT, que se emplea en cantidades calculadas sólo para matar a los insectos, termina eliminando a nuestras aves? ¿Cuál será el efecto sobre nosotros mismos? Durante algún tiempo, estos problemas tuvieron un carácter fascinante y sólo preocupaban a ciertos intelectuales, pero ahora han adquirido una importancia capital.