Los Bosques II

Autor: Juan Carlos Guix

Evolución de las Comunidades Vegetales

La vegetación es un ente dinámico que evoluciona desde estructuras simples hacia otras complejas maduras en función de las condiciones ecológicas existentes. Si se produce un impacto, siempre que éste no sea irreversible, la vegetación puede evolucionar progresivamente hacia los estadios más maduros, que, sin embargo, no tienen un carácter estático, ya que en ellos siguen produciéndose cambios.

Interferencias en los sistemas de diseminación de semillas

Cuando el ser humano produce cambios en un ecosistema que conllevan la rarefacción o extinción local, regional o global de animales frugívoros, no sólo está afectando negativamente a las poblaciones de estos animales, sino que también está rompiendo o simplificando relaciones mutualistas que afectan a los mecanismos naturales de diseminación de semillas y, por lo tanto, afecta indirectamente a las poblaciones de las especies de plantas que en ellas se implican.

Un ejemplo de cómo las interferencias producidas por el ser humano sobre la fauna pueden también afectar negativamente a las poblaciones de algunas plantas es el patrón de diseminación de semillas del palmito europeo (Chamaerops humilis), la única especie de palmera nativa del viejo continente. El palmito europeo produce frutos carnosos y crece en los matorrales que cubren los suelos pedregosos a lo largo de buena parte del litoral mediterráneo. Los frutos y semillas de esta especie son demasiado grandes para ser ingeridas enteras por las aves frugívoras que habitan estos ambientes y, por lo general, son ingeridos y dispersados únicamente por mamíferos carnívoros como el zorro (Vulpes vulpes) y la gineta (Genetta genetta). Ambas especies son consideradas como alimañas y frecuentemente son eliminadas utilizando lazos, escopetas o veneno. Si en una región donde vive el palmito se producen descensos acentuados en las poblaciones de estos y otros carnívoros, la efectividad de la diseminación de las semillas de esta planta se verá seriamente afectada.

Otras especies de plantas, al producir semillas con gran cantidad de reservas nutritivas para el futuro embrión, atraen animales que se nutren de estas reservas. Aunque dichos animales destruyen un elevado porcentaje de dichas semillas, muchas otras son transportadas y abandonadas, garantizando de este modo la reproducción y diseminación de la planta consumida. En los bosques mediterráneos, uno de los animales que se comportan de este modo es el arrendajo (Garrulus glandarius).

Los arrendajos son aves que se nutren del material de reserva del embrión (endosperma) de las bellotas de encinas (Quercus ilex) y robles (ej: Quercus cerrioides). Con frecuencia, estos córvidos -también considerados por muchas personas como alimañas- esconden bellotas en el suelo del bosque para consumirlas durante los períodos de escasez de alimento. Se estima que un único arrendajo puede llegar a esconder entre 5,700 y 11,000 bellotas en un solo otoño. Si durante el año siguiente hay abundancia de otros alimentos o si el arrendajo muere, habrá decenas, centenares o incluso miles de posibilidades de que las bellotas escondidas en el suelo germinen y produzcan plantas jóvenes capaces de llegar a producir una encina o roble adultos.

Supongamos la posibilidad de que la caza incidiera de forma muy severa sobre la población de arrendajos de un determinado bosque aislado. En los primeros años siguientes al descenso en la población de estas aves, habría una gran cantidad de bellotas en condiciones de germinar, pero años más tarde habría pocas bellotas diseminadas. Esto significa que la caza afectaría la efectividad de la diseminación de semillas y colonización de plantas jóvenes de distintas especies de Quercus de este bosque y, por tanto, a la propia regeneración y supervivencia del bosque a largo plazo.


Incendios forestales

Se piensa que el ser humano viene prendiendo fuego a los bosques secos y sabanas de distintos continentes desde hace más de 20,000 años. Algunos paleontólogos consideran que ya en la segunda mitad del período cuaternario los cazadores-recolectores de Australia y África prendían fuego de forma habitual a la vegetación abierta y semiabierta para acorralar animales o provocarles la muerte con objeto de aprovechar su carne. Posiblemente, el ser humano aprendió primero a recoger los despojos de animales muertos por el fuego tras los incendios naturales, y en una segunda etapa podrían haber aprendido a provocarlos.

De hecho, la presencia de capas de plantas quemadas bajo la superficie de algunos suelos indica que algunos tipos de bosque mantenían con los incendios una relación más o menos armoniosa antes incluso de que el ser humano apareciera en continentes como Australia (hace más de 50,000 años) o América del Sur (hace más de 20,000 años). Si mucho antes de la aparición del ser humano algunos tipos de formaciones vegetales convivían con los fuegos esporádicos, esto quiere decir que estas formaciones se incendiaban de forma natural. Entre las causas principales de incendios naturales, entonces y hoy en día, se encuentran los rayos que se producen durante tempestades eléctricas acompañadas por poca o ninguna precipitación.

Buena parte de las especies vegetales de los bosques más secos y de las sabanas que sufrían incendios esporádicos desarrollaron mecanismos especiales para evitar la muerte de la planta tras el fuego. Entre estas adaptaciones figuran, por ejemplo, las cortezas gruesas de muchos árboles (p.e.: el alcornoque en los bosques mediterráneos) y una gran capacidad de rebrote de ciertas especies leñosas y herbáceas. Es posible que la capacidad de rebrote de algunas plantas mediterráneas no sea una adaptación directa al fuego, sino que haya surgido en buena parte por exaptación. Esto significa que los eficaces mecanismos desarrollados por las plantas mediterráneas para vivir en las extremas condiciones impuestas por el estrés hídrico estival por ejemplo, el desarrollo de raíces muy profundas les habrían servido también para convivir mejor con los episodios de fuego.

A pesar de todo, se estima que los incendios naturales en los bosques mediterráneos no eran frecuentes, sino esporádicos, lo que dejaba tiempo suficiente para la recuperación natural del bosque. Lo que el hombre viene haciendo (de forma voluntaria o inadvertida) es incrementar la frecuencia de aparición de los incendios en un mismo lugar, lo que limita mucho la capacidad de recuperación de las formaciones vegetales.

Cuando un área forestal sufre incendios a intervalos de tiempo excesivamente cortos, no sólo la estructura de la vegetación se ve alterada, sino también la composición de especies de la comunidad. A medida que se suceden los episodios de incendio y regeneración, cada vez rebrotan menos especies leñosas, y cada vez aparecen más especies colonizadoras que no aparecían originalmente, principalmente gramíneas. A causa de la proliferación de estas plantas, se origina en el suelo un fenómeno denominado “sabanización“, que se produce de forma similar en distintas regiones del mundo. La sabanización, cuando se acompaña de nuevos fuegos repetidos y lluvias torrenciales, conduce a la erosión y la pérdida de suelo fértil, lo cual, en las regiones de clima semiárido, puede conducir a una situación de esterilidad casi total del suelo, limitando la capacidad de recolonización de las plantas autóctonas. Este fenómeno es lo que frecuentemente se denomina desertización del paisaje.


Acciones positivas para la conservación de nuestros bosques

Existe un amplio abanico de acciones encaminadas a la conservación de los bosques que se encuentran más cerca de nuestros hogares. Estas acciones pueden llevarse a cabo tanto individualmente como a través de asociaciones y grupos ecologistas.

Entre las actuaciones de grupo que pueden realizarse destacan la recogida de basura en los bosques y sus márgenes, en especial botellas, espejos, latas u otros objetos brillantes que pueden provocar igniciones espontáneas en la vegetación cuando el sol incide en ellos.

A nivel individual es importante mantener hábitos de respeto hacia estos ecosistemas, evitando acciones tales como fumar o arrojar cualquier objeto extraño al entorno.

Existen varias especies vegetales alóctonas que pueden ser introducidas de forma accidental en los bosques naturales, durante nuestros paseos, llegando incluso a colonizarlos. Una vez establecidas, estas plantas exóticas frecuentemente compiten por el espacio y la luz, con especies nativas, pudiendo producirse una pérdida progresiva de bosque autóctono. Algunas especies cultivadas de Prunus incluso pueden hibridarse con las especies autóctonas del mismo género. Por lo tanto, es importante no tirar en el suelo las semillas de esas especies introducidas.


Bibliografía

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