Agua Dulce
Autores: Carmelo Marcén, Javier Benayas y Francisco José Sanz
El recurso agua:
un bien preciado para siempre
Hablar del agua es comentar una paradoja. Es el elemento más abundante de la Tierra y, a su vez, escasea en muchos lugares. Da la vida y, en ocasiones, la quita. Une y separa. No le concedemos valor y su falta paralizaría nuestra vida. No figura en las grandes cifras macroeconómicas y es el principal activo… A pesar de todo, cualquier cosa que tiene que ver con el agua ejerce una atracción irresistible. Los ríos, la expresión más recurrente del agua dulce, han tenido y tienen un papel esencial en la vida del globo. Han sido inspiradores de muchas obras de arte, motores de la civilización de los pueblos, dinamizadores de las economías,…
No debemos olvidar que el agua dulce potable supone solamente el 0.008% del agua terrestre, lo que hace que en ocasiones su uso plantee complejos problemas. Todos se podrían resumir en una frase: “existe un desajuste entre la demanda, en cantidad y en calidad, y las disponibilidades en un momento dado y en un lugar concreto“.
Es de todos conocido que el agua dulce está distribuída de forma muy irregular en la superficie terrestre. Los grandes depósitos naturales se encuentran en los glaciares de Groenlandia y la Antártida y en los Lagos de América del Norte o de Rusia. Las zonas húmedas tropicales contienen porcentajes elevados del total de la reserva mundial. El resto de las zonas terrestres se abastece como puede ya que a la carencia de agua se une la estacionalidad de la escorrentía.
Los distintos pueblos, las diferentes civilizaciones, han dedicado múltiples esfuerzos a proveerse de agua en cantidad y calidad para su vida cotidiana y para sus economías. En ocasiones le dedican un esfuerzo personal diario como sucede en ciertos países en donde la sequía es endémica; en otros lugares han construído ingenios técnicos y mecánicos para recoger un recurso que siempre ha sido considerado imprescindible. El agua potable domiciliaria es una conquista reciente en muchos lugares. Hoy día nos parece un servicio irrenunciable pero, desgraciadamente, no lo es en muchos lugares del planeta. En las áreas urbanas del tercer mundo 170 millones de personas carecen de agua limpia para satisfacer sus mínimas necesidades: beber, cocinar o lavarse; en las áreas rurales de estos países el panorama es más sombrío ya que alcanza a casi 885 millones.
Pero no todos los recursos pueden ser utilizados en todo su potencial. Existe un límite al que progresivamente nos vamos acercando. La sucesiva construcción de diques y presas ocasiona múltiples afecciones y no garantiza, por sí sola, la satisfacción de las demandas futuras. Se habla de que globalmente hay un exceso de agua pero, debido a los límites operativos y a la contaminación, las cifras totales de este momento sólo se pueden llegar a duplicar y eso se supone que se puede alcanzar de aquí a unos 20 o 30 años. Urgen, por tanto, otras acciones correctoras de la desviación de los consumos.
El agua ejerce un papel importante en la organización del espacio
Desde antiguo, los ejes fluviales han ofrecido a los grupos sociales unas condiciones apropiadas para el establecimiento de focos de civilización. Cualquier mapa histórico del paí o del mundo, de épocas pasadas o recientes, ilustra la potencialidad de los ejes fluviales. La agricultura hidráulica, la hidroelectricidad, la posibilidad de comunicaciones o de transporte han sido siempre opciones para el desarrollo en las diferentes culturas.
El papel fecundante de las vías de agua todavía es perceptible en la actualidad si atendemos a la localización de los mayores asentamientos urbanos e industriales. Sin caer en el determinismo del agua, pues los medios técnicos de transporte lo cuestionarían, el agua ha tenido y tiene un papel relevante en la organización del espacio. Los conflictos internacionales y las polémicas regionales por el uso del agua de cuencas compartidas evidencia el papel del agua como vertebrador del territorio.
Qué duda cabe que también ha originado constreñimientos al desarrollo, lo mismo en épocas antiguas que en la actualidad, ya que todos los problemas no se resuelven con la técnica, sobre todo los que afectan a la calidad de las aguas. Solamente por estos motivos habría que intentar desarrollar nuevas actitudes, hábitos diferentes de cara a preservar los ríos, los acuíferos y garantizar el futuro.
Algunas causas y ciertos efectos de la contaminación de las aguas continentales
Los seres humanos se concentran en las proximidades de los cursos de agua y provocan que los sistemas de agua dulce sean los primeros hábitats en degradarse. Usan el agua, consumen sus especies animales, utilizan sus cauces para desplazarse y como colectores de sus vertidos.
Hay que considerar también que los ecosistemas de agua dulce son muy vulnerables. Por un lado los cauces soportan los flujos de materiales constantes y con cambios rápidos; por otro, los lagos y estanques tienen ciclos naturales muy lentos con lo que tardan mucho en expeler los agentes contaminantes.
No debe extrañarnos por tanto la afirmación de que la contaminación del agua es uno de los problemas más graves con los que se enfrenta la civilización actual. Lluvias ácidas, vertidos de aguas residuales, productos químicos agrícolas, metales pesados, etc. se incorporan al caudal de agua de los ríos. Este problema es particularmente grave en todos los países: en los industrializados por la cantidad y la diversidad de agentes contaminantes y en los países en desarrollo debido a la imposibilidad de hacer frente al coste económico que suponen las tecnologías para la depuración del agua y la regeneración de las aguas residuales. Por otra parte, muchos de estos contaminantes son difíciles de eliminar por los métodos convencionales de depuración. Su recuperación va a ser muy costosa.
El agua dulce no es solamente agua. La biodiversidad de ríos, lagos, torrentes y zonas húmedas es el conjunto de ecosistemas más amenazados de la Tierra. Casi el 20% de los peces de agua dulce han desaparecido o están en peligro de hacerlo. Esta cifra es mucho mayor en algunos países industrializados como sucede en Europa Oriental. Pero no son sólo los peces. Anfibios, moluscos y otras muchas especies peligran también aunque no se conoce suficientemente la biodiversidad de agua dulce.
Hablar del agua es comentar una paradoja. Es el elemento más abundante de la tierra y, a su vez, escasea en muchos lugares.
La sobreexplotación de las aguas subterráneas va en aumento
El uso del agua subterránea no es una moda de nuestros tiempos. Existen documentos históricos que hablan de las cualidades del agua de manantial. Pero el uso del agua subterránea se ha incrementado en todas partes a un ritmo vertiginoso desde la década de los 60.
La contaminación, o la falta, de las aguas superficiales ha motivado el empleo de aguas subterráneas. En principio podemos decir que abundan las aguas de este tipo.
Pensemos que de los 30,000 hm³/año de agua-recurso que existen en España, por ejemplo, casi 25,000 se emplean en agricultura con una superficie regada de más de 3,000,000 ha. De éstas, casi el 30% se riegan con aguas subterráneas. De los 4,500 hm³/año que se emplean para uso urbano e industrial casi 1,500 corresponden a aguas subterráneas. Ello supondría que del orden del 40% de la población se estaría abasteciendo con estas aguas y aproximadamente el 80% del total de los municipios. Estas cifras de utilización en España se ven ampliamente superadas en el resto de los países de la Unión Europea.
Estas actividades humanas y agrícolas principalmente están reduciendo considerablemente el nivel de reservas de aguas subterráneas. Sin embargo, el mayor problema de esta utilización es que ha originado un incremento considerable del contenido de compuestos nitrogenados en las aguas subterráneas, además de un aumento del contenido de Cl– en los acuíferos próximos a la costa como consecuencia de la entrada del agua del mar en éstos.
Los acuíferos se encuentran, de entrada, mejor protegidos frente a la contaminación que las aguas superficiales pero cuando ésa se produce suele ser irreversible en la mayoría de los casos. De ahí la urgencia de articular un sistema de protección que preserve los acuíferos de su pérdida irreparable.
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