Influencia del Hombre sobre la Evolución de las Zonas de Vida en la República Dominicana

Eugenio de Jesús Marcano Fondeur

Conferencia en la Academia de Ciencias de la República Dominicana

Santo Domingo, 25 de julio de 1977

Los ecólogos llaman “zona de vida o ecosistema” a la unidad climática natural de mayor rango, donde se agrupan diferentes asociaciones bióticas correspondientes a determinados límites de temperatura y de humedad. Estas asociaciones, además de orden climático, pueden ser de orden edáfico.

Como en este trabajo cito algunas zonas de vida, considero útil comentar tres de ellas:

  1. El Bosque seco Subtropical (Bs-S) es la zona de vida donde las precipitaciones varían entre 500 mm y 1,000 mm, promedio anual, lluvias éstas que caen en aproximadamente 50 días al año.Para fines de este trabajo, encontraremos esta zona dondequiera que crezcan espontáneamente las plantas siguientes:
Nombre ComúnNombre CientíficoFamilia
Alpargata
Bombillito
Cagüey
Cayuco
Guasábara
Tuna brava
Aguacero
Tremolina blanca
Espartillo
Cinazo
Carga agua
Palo de tabaco
Tabacuelo
Jinca jinca
Retírate para allá
Oreganillo
Baitoa
Consolea moniliformis (L.) Britt.
Mammillaria prolifera (Mill.) Haw.
Neoabottia paniculata (Lam.) B. & Rose
Pilosocereus polygonus (Lam.) B. & Rowler
Cylindropuntia caribaea (B. & Rose) Knuth
Opuntia dillenii (Ker.-Gawl.) Haw.
Maytenus buxifolia (A. Rich.) Griseb.
Croton discolor Willd.
Uniola virgata (Poir.) Griseb.
Pithecellobium unguis-cati (L.) Mart.
Cassia crista Jacq.
Pictetia spinifolia (Desv.) Urb.
Brya buxifolia (Murr.) Urb.
Jacquinia berterii Spreng.
Jacquinia eggersii Urb.
Turnera diffusa Willd.
Phyllostylon brasiliensis Capanema
Cactaceae
Cactaceae
Cactaceae
Cactaceae
Cactaceae
Cactaceae
Celastraceae
Euphorbiaceae
Gramineae
Mimosaceae
Papilionaceae
Papilionaceae
Papilionaceae
Theophrastaceae
Theophrastaceae
Turneraceae
Ulmaceae
  1. Llámase Bosque húmedo Subtropical (Bh-S) aquella zona de vida donde las lluvias anuales caen bien distribuidas, alcanzando cifras entre 1,000 mm y 2,000 mm. Tenemos como especies indicadoras las plantas siguientes:
Nombre ComúnNombre CientíficoFamilia
Palo de leche
Bejuco de barraco
Cigua blanca
Cabirma
Caoba
Jobobán
Palo amargo
Ramón de vaca
Cacheo
Anón de majagua
Ciguamo
Almendrito
Almendro
Pino macho
Pino macho
Caya amarilla
Capá
Tabernaemontana citrifolia L.
Combretum laxum Jacq.
Nectandra coriacea (Sw.) Griseb.
Guarea guidonia (L.) Sleumer
Swietenia mahagoni (L.) Jacq.
Trichilia hirta L.
Trichilia pallida Sw.
Trophis racemosa (L.) Urb.
Pseudophoenix vinifera (Mart.) Bec.
Lonchocarpus pentaphyllus (Pois.) DC
Krugiodendron ferreum (Vahl) Urb.
Prunus myrtifolia (L.) Urb.
Prunus occidentalis Sw.
Zanthoxylum elephantiasis Macf.
Zanthoxylum martinicense (Lam.) DC
Mastichodendron foetidissium (Jacq.) Lam.
Petitia domingensis Jacq.
Apocynaceae
Combretaceae
Lauraceae
Meliaceae
Meliaceae
Meliaceae
Meliaceae
Moraceae
Palmae
Papilionaceae
Rhamnaceae
Rosaceae
Rosaceae
Rutaceae
Rutaceae
Sapotaceae
Verbenaceae
  1. El Bosque muy húmedo Subtropical (Bmh-S) es aquel cuyo patrón de lluvias va de los 2,000 mm a los 4,000 mm como promedio anual. Las plantas indicadoras de esta zona de vida son:
Nombre ComúnNombre CientíficoFamilia
Yaya boba
Palo de sable
Amacey
Guaraguao
Cacao cimarrón
Granadillo
Palo amargo
Sangre de Cristo
Peralejo
Gina
Macao
Plátano cimarrón
Auquey
Palo de peonía
Palo de caja
Palo de peje
Oxandra laurifolia (Sw.) A. Rich.
Didymopanax morototoni (Aubl.) Dcne.
Tetragastris balsamifera (Sw.) O. Ktze.
Buchenavia capitata (Vahl) Eichl.
Sloanea berteriana Choisy
Ateramnus lucidus (Sw.) Rothm
Garrya fadyenii Hook
Alloplectus sanguineus (Pers.) DC
Byrsonima spicata (Cav.) HBK
Inga fagifolia (L.) Willd.
Pseudolmedia spuria (Sw.) Griseb.
Heliconia bihai L.
Gomidesia lindeniana Berg.
Ormosia krugii Urb.
Allophylus cominia (L.) Sw.
Picramnia pentandra Sw.
Annonaceae
Araliaceae
Burseraceae
Combretaceae
Elaeocarpaceae
Euphorbiaceae
Garryaceae
Gesneriaceae
Malpighiaceae
Mimosaceae
Moraceae
Musaceae
Myrtaceae
Papilionaceae
Sapindaceae
Simarubaceae

Recordando todos estos datos, iniciaremos nuestro trabajo así:

Se nos felicitó por haber instalado un vivero agro-forestal en la sección El Bejucal del municipio de [San José de] Ocoa y es justo relatarles como se realizó este sueño, el que hoy es un débil esfuerzo por llevar al campo los conocimientos de conservación para la reforestación de nuestras peladas montañas. Esta felicitación la aceptamos pero no la merecemos.

Pues bien, llegó al conocimiento de un grupo de sacerdotes, profesores y estudiantes del Instituto Politécnico Loyola de la ciudad de San Cristóbal que en el municipio de Ocoa todos sus habitantes estaban empeñados en la construcción de un canal de regadío, alimentado por la escasa corriente de un arroyito reconocido mundialmente con el resonante nombre de: río El Canal (Ekman) y con el objeto de ayudar aquellos hermanos ofrecimos nuestro entusiasmo y recorrimos aquel arroyo desde su confluencia con el río Ocoa hasta su nacimiento en la Loma de los Palos Mojados en la sección de El Bejucal. La flora actual allí es muy pobre, igual que en todos los campos de nuestra cordillera, es decir que toda fue cortada o quemada y nadie se ha preocupado de reponerla, sólo crece el yaraguá dando a esas montañas el triste aspecto de desolación y muerte.

Por una coincidencia conocimos allí a un señor que en marzo de 1929 hospedó en su casa al más ilustre sabio de los botánicos que nos han visitado, el Dr. Erik Leonard Ekman y de quien, con orgullo, la ciudad de Santiago conserva y venera sus cenizas.

A nuestro regreso leímos el informe de las recolecciones hechas por Ekman en aquella sección y nos asombramos al ver que en sólo cuarenta y ocho años toda la vegetación que conoció el Dr. Ekman había sido cortada y quemada, lo mismo que los grandes cafetales y el nogal, etc., quedando sólo tristezas, miserias y todas las lomas completamente peladas.

Hablamos con los campesinos y les recomendamos repoblar aquella sección y esto fue tomado con mucho entusiasmo, resultando que un vecino ofreció las tierras para el vivero, otros acudieron a trabajar en él y los agrónomos impartían clases de agricultura y de silvicultura y así con un entusiasmo desbordante y con miles de plantitas de frutales, café y de todo tipo de árboles fue inaugurado el vivero y todos los moradores, hombres, mujeres y niños, cooperan en la siembra de árboles y ya se nota el interés que existe por conservar la poquísima vegetación que crece espontáneamente.

Notarán Uds. que nuestros agricultores comprenden cuando les habla con amor.

Y, ¿cómo desapareció la vegetación de todas nuestras montañas? o, mejor dicho, ¿quiénes son los responsables de que las condiciones de determinado lugar hayan cambiado casi totalmente?

1.- El maderero, que tras las maderas duras o tras la madera preciosa no le importa cortar todo lo que esté en su camino y así dejó desnudos de árboles a todas nuestras cordilleras. Apenas podemos encontrar algunas plantitas de:

  • Ébano – Diospyros revoluta Poir. ex Lam. (Ebenaceae)
  • Ébano verde – Magnolia pallescens Urb. & Ekm. (Magnoliaceae)
  • Caya colorada – Brumelia salicifolia (L.) Sw. (Sapotaceae)
  • Nogal – Juglans jamaicensis C. DC (Juglandaceae)
  • Sabina – Juniperus gracilior L. (Cupressaceae)
  • Caracolí – Lysiloma latisiliqua (L.) Benth. (Mimosaceae)
  • Espinillo – Zanthoxylum flavum Vahl (Rutaceae)

2.- El carbonero, quien, alentado por el negociante especulador, corta todo árbol que vegeta en su lugar con fines de instalar un horno donde obtendrá algún carbón que venderá a precios irrisorios al intermediario, para que éste se enriquezca.

3.- El agricultor nómada que, con el objeto de no fatigarse mucho, corta y quema nuestros montes para así obtener una sola cosecha de algún fruto menor, luego abandona este predio y va a quemar en otra parte. Es una lástima que a veces, según se publicó en nuestros diarios, estos fuegos son autorizados por la Dirección Forestal.

4.- El hombre de la ciudad, rico y negociante que compra una gran extensión de tierra para convertirla en una finca ganadera o para sembrar tal o cual cultivo, sin tener el más elemental conocimiento de ecología, lo corta todo, lo quema todo y, poco a poco, su “dulce sueño” resulta una gran pesadilla para sus hijos o nietos que lo heredan y, con ellos, toda una región sufre las consecuencias de la ignorancia de aquel rico que un día compró el campito y lo quiso cambiar todo y, en pago a ese cambio no estudiado, perdió su tiempo, su dinero y su salud y, como siempre, se le echa la culpa a la falta de lluvia.

5.- Las Leyes Forestales que, al prohibir el corte de los árboles de provecho, han hecho que nuestros campesinos, cuando en sus predios nace cualquier árbol y con conocimientos de que no podrán cortarlo cuando estén de provecho, lo arrancan y lo queman, dejando los campos sin árboles.

En casos como éste, los organismos oficiales deben orientar a los agricultores y ganarse su confianza, confianza que hay que ganarla urgentemente, pues sí sólo “algunos” cortan árboles con fines lucrativos y los campesinos, en necesidad de mejorar sus “ranchos” o para fabricar un ataúd no pueden hacerlo, cortarán, como lo están haciendo, todo árbol que espontáneamente nazca en sus predios, evitando la repoblación natural, y como ejemplo veamos nuestras lomas.

6.- Los areneros que con fines de explotar la industria de la construcción, extraen toda la arena de nuestros ríos, haciendo que el agua se infiltre hacia el subsuelo y que los ríos se sequen; recordemos los ríos Nigua, Yubaso, Jatubey, etc. Desapareciendo el ecosistema acuático y al disminuir la humedad ambiental también cambian o desaparecen muchas plantas.

A los areneros debemos también la destrucción de las dunas litorales y de las playas, destrucción que permite al agua marina invadir mayor extensión de terreno; como ejemplo veamos las dunas de La Uvita en San Pedro de Macorís y las de Quijá Quieta en Baní y recordemos las playas de Itabo en Haina y la de Boca del Soco.

7.- Y, por último, la Secretaría de Agricultura que, con el objeto de obtener semillas de papas y así economizar divisas, ha resuelto destruir el nacimiento del río Los Flacos, fuente principal del río Las Cuevas que supuestamente suministrará una parte importante del agua de la presa de Sabana Yegua.

Hoy el vallecito de La Nevera se está convirtiendo en una plantación de papas. Pronto, los demás vallecitos circundantes correrán la misma suerte y serán cubiertos de cultivos de papas, claves y hortalizas, mientras vemos extinguirse nuestras últimas especies endémicas.

Al ver reducirse el caudal de los ríos que nacen de Valle Nuevo o La Nevera, nos preguntamos: ¿para qué se construye la presa de Sabana Yegua? ¿sólo para contar con una estructura similar a la de Tavera?

Lo lamentable es que todo ese daño se realiza con la tolerancia de aquellos llamados a cuidar de nuestros ríos ya que, de lo contrario, dicho desastre no se produciría tan cerca de las vías de tránsito.

Ojalá nuestro Superior Gobierno aplique medidas drásticas que frenen la destrucción de nuestros bosques o, de lo contrario, pronto, muy pronto, nuestros ríos sólo tendrán arena y piedras, lo que forzará a nuestros descendientes, desesperados por la falta de agua, a dejar el país o a quedarse sufriendo y maldiciéndonos por haber secado las fuentes de los escasos y empobrecidos ríos que hasta hoy conservamos.

Recordando estos siete agentes destructores de nuestras zonas de vida, veamos un ejemplo de como ellos actúan.

Voy a comentarles de como el hombre cambió el ecosistema en que vivía por otro que no le permite vivir en él.

Para los años en que vivió en la ciudad de Barahona el noble sacerdote y botánico Padre Miguel Domingo Fuertes (es decir, del 1910 al 1926), en un campo distante sólo a diez kilómetros de la ciudad llamado Juan Esteban y de allí hasta el río Baoruco, existía un gran monte con una flora muy variada y vegetación extraordinaria del Bh-S.

El suelo, fuera de la playa, es muy pobre, sólo en partes está formado por calizas meteorizadas con algunos restos orgánicos, todo lo demás son grandes manchas de rocas calizas en parte del Pleistoceno y más allá calizas del Eoceno.

Los habitantes vivían de la pesca, la que vendían en la ciudad y también cosechaban el café que dio prestigio a esa región barahonera.

La ganadería abundaba, y los animales vegetaban libremente, obligando a sus dueños a realizar grandes caminatas a través de los espesos montes. Los conucos proporcionaban víveres suficientes para sostener la familia y a veces vendían en la ciudad los excedentes.

Los ríos, cañadas y pozos siempre mantuvieron abundante agua, aún en los meses de grandes sequías. El río Baoruco enriquecía el plancton, haciendo la delicia de la fauna costera.

Los árboles también disfrutaban de toda esa bondad y entre ellos la Victorinia acrandra vivía próximo al camino, no con el fin de ser útil, sino con el objeto de molestar con sus aguijones y látex urticante a todo ser vivo que cruzara próximo a ella. Lo mismo hacía la jibijoa, Macrosmicha sallei, que desde su escondite entre los grandes árboles que abundaban, molestaba a todo quien se aventurara a cruzar sombríos bosques.

Las familias crecían en un ambiente sano y feliz esperando la fiesta que el día de La Altagracia se celebrara en Paraíso.

Pasó el tiempo y llega la civilización y, en lugar del camino de herraduras, construyen la carretera y por ella llegan los que suponen que deben ser ricos a costa de la naturaleza y comienzan a cortar y quemar los bosques para fomentar fincas ganaderas unos, y otros cortaron caobas y todo árbol que pudiera ser usado como carbón, con cuyo beneficio llenarían sus bolsillos, y veamos lo que ha sucedido.

Al cortar y quemar los árboles, la roca caliza quedó desnuda y el sol la calcinaba; ésta calentaba el aire evitando la condensación del vapor de agua y, por lo tanto, las lluvias fueron cada día menos abundantes.

La vegetación desapareció o crecía en lugares donde todavía el machete no había llegado, pero todo era en vano, el ganadero la perseguía hasta hacer su finca bien grande.

Luego los animales que vegetaban libres, enflaquecían y morían de hambre, pues los lugares de pastoreo fueron cercados.

Los conucos que proporcionaban los víveres ya no servían por falta de lluvia y porque la pobrísima capa vegetal fue arrastrada por el agua y por el viento.

El río se agotó y entristece ver su cauce cubierto de blancas calizas eocénicas que como sudario bordea la débil corriente de agua.

Las cañadas y pozos se secaron y ver a las mujeres y niños desorientados en busca de agua que a veces le reparte un camión de la ciudad, es un cuadro que deprime al más fuerte.

Al agotarse el río no hay renovación de plancton y por lo tanto los peces se alejaron de ese lugar y ya la pesca apenas alcanza para mal comer.

La planta de Victorinia y la jibijoa también se fueron, dejando al poblado libre de su efecto urticante.

Las familias jóvenes, sanas y alegres de ayer, hoy han abandonado el campo para ir a sufrir en las ciudades y los ancianos, sentados sobre la carretera, simulan guardianes de la infinidad de casas desocupadas y recuerdan los bellos montes de Juan Esteban, los que más de una vez cruzaron en sus años mozos.

Hoy da lástima ver como va cambiando el ecosistema; al disminuir las lluvias, lo que fue el Bh-S ha pasado en muy pocos años al Bs-S; prueba es la gran cantidad de cactus y otras plantas indicadoras que crecen donde, en años pasados, no se conocían. Entre ellas tenemos Dendrocereus undulosumCroton discolorNeoabottia paniculata, etc.

Con este triste ejemplo en nuestro recuerdo, es mi deber leerles algunos párrafos escritos por personas que estudiaron determinados lugares, lugares éstos muy conocidos por todos ustedes y estoy seguro que esta lectura les servirá para meditar en lo rápido que vamos modificando nuestras zonas de vida a través de los años. Veamos:

En “Riqueza Mineral y Agrícola de Santo Domingo” por Emilio Rodríguez Demorizi, leemos en la página 218 lo que escribió el geólogo Williams M. Gabb, en 1871:

“Después de dos años de residencia en el ‘jardín de las Antillas’, le han dado al que esto escribe la oportunidad de estudiar la distribución de la vegetación de Santo Domingo En la Isla de Santo Domingo, las regiones cubiertas de yerbas y las zonas boscosas están marcadamente definidas y corresponden principalmente a ciertos aspectos y condiciones relativos a la geología. Primero, toda la región montañosa está cubierta de vegetación arborescente por lo menos hasta una corta distancia más allá de su falda ”

Riqueza Mineral y Agrícola de Santo Domingo” por Emilio Rodríguez Demorizi

Ahora nos preguntaremos, ¿dónde están esos árboles que vegetaron en nuestras montañas?; recordemos sólo el cruce de la carretera Duarte, desde La Cumbre hasta el río Yuboa y notaremos que todas aquellas montañas están completamente despobladas, con una agricultura pobrísima, la erosión arrastrando todo el mantillo que se formó allí a través de los siglos y los ríos apenas corren.

Este triste cuadro lo podemos ver y aplicar en todas las cordilleras del país.

En el volumen IX de la Academia de la Historia, titulado “Informe de la Comisión de Investigación de los E.U.A. en Santo Domingo, en 1871“, en las páginas 206, 207, 239, 257 y 258, los Sres. E. Jacobs, el botánico C.C. Parcy y otros dicen:

“Después de Nigua el suelo mejoraba mucho con muestras abundantes de fertilidad. Pero los sembrados eran pequeños, contados y distanciados entre sí; los bosques eran vastos, conteniendo maderas de todas clases con fuerte desarrollo.”

Continúan:

“ marchamos temprano de San Cristóbal y atravesamos campos ricos, un terreno onduloso y cubierto mayormente de bosques y escasamente cultivado. Las mayores palmeras que hayamos visto se erguían entre San Cristóbal y el Nizao. El Nizao es el mayor río que viéramos”.

En otra parte dice que este río tiene 3 pies de profundidad en el vado.

Sigue la cita:

“Como media milla antes de llegar a la aldea de Paya, los montes se extienden en un llano hermoso donde se halla situada la aldea de Paya, en medio de árboles y arbustos.”

¿Qué hicimos con esos hermosos montes de maderas preciosas?

Hace exactamente dos meses, con permiso oficial o sin él, fue cortado la última faja del monte que rodeaba al poblado de Paya, según citamos más arriba, y ya comienzan a hacer que se sequen los únicos “cambrones” centenarios que allí vegetan y que hoy debiéramos declarar monumento nacional junto a los guayacanes vecinos.

Sobre otra zona del país, los mismos autores continúan así:

“Las mejores plantaciones de caña de azúcar que hay en la isla se hallan situadas entre Azua y la Bahía de Ocoa Como una prueba de la fertilidad de este suelo, en Azua hay una plantación de caña de azúcar que se dice que fue sembrada hace setenta años En los fértiles valles vecinos a la ciudad de Azua, se cultiva extensamente una variedad de caña de azúcar de superior calidad.”

“ Luego la región sigue siendo muy fértil durante 8 millas, cuando llegamos al río Jura, el cual vadeamos, pues sólo tenías dos pies de hondo en su cauce, aunque tenía como veinte pasos de ancho.”

Nótese que este recorrido fue realizado durante el mes de marzo, es decir en plena sequía.

De la misma región, leemos en el Capítulo IX “Geología de las provincias de Barahona y Azua” por D. Dale Condit y Clyde P. Ross, que aparece en la página 214 de “Un Reconocimiento Geológico de la República Dominicana” (1921):

“La impresión general que producen las relaciones que hacen los viajeros es que una gran parte de las Provincias de Barahona y Azua se compone de eriales o desiertos desprovistos casi enteramente de agua. Esto dista mucho de la verdad, toda vez que ninguna parte de esta región merece semejante calificativo. En todas las partes de las provincias llueve tanto que el suelo se encuentra cubierto de una densa vegetación de mesquita, guayacán y otros arbolitos.”

“El cacto arborescente sólo abunda en ciertas localidades. En extensiones de terrenos donde la vegetación es escasa como, por ejemplo, en las cercanías del Lago Enriquillo, la infecundidad la produce la calidad salada del suelo más bien que la falta de lluvias. Dentro de 3 kilómetros hacia el norte de Azua se cultivan lozanas huertas sin la ayuda del riego. En las húmedas abras de los ríos se encuentran otros muchos árboles, algunos de los cuales, como la ceiba, por ejemplo, llegan a una gran altura. Además abundan el almácigo, mora y otros árboles que son más o menos valiosos para la exportación. La caoba es una de las maderas más comunes en el país y se usa mucho en la construcción de edificios y para leña. Por lo general, crece en las colinas en terrenos calizos ”

“Muchos de los habitantes se ocupan en el corte y tiro de la caoba, el guayacán, la mora, el palo de campeche y otras maderas valiosas para la exportación, pero sus esfuerzos se limitan principalmente a la madera de poco tamaño e inferior calidad, por el hecho de que apenas hay caminos para conducir la madera pesada a los puertos para la exportación ”

Por lo que hemos citado, notaremos que en los alrededores de la ciudad de Azua predominaba el Bh-S y que al intensificarse el corte de caoba, traviesas de palos de calidad y luego el carbonero, se alejaron las lluvias pasando el ecosistema al Bs-S, ecosistema este que se encontraba limitado próximo a la costa, según la cita.

Entre cada informe median 50 años y ya en el último se notan algunos deterioros del ambiente, pero hoy a 55 años después del último informe citado nos preguntaremos: ¿Qué hicimos de Azua, de sus cañas, de sus montes y de sus huertas sin regadío? Todo lo hemos cambiado sin pensar en nuestros descendientes.

Para confirmar lo expuesto en este comentario, debemos recordar los árboles predominantes de cada zona de vida, mencionados al principio de este trabajo.

De otra localidad más conocida por todos, es decir, el tramo comprendido entre el poblado de Jarabacoa y Constanza, leeremos los datos publicados en el libro El Alpinismo en la República Dominicana, publicado por M. de Js. Tavares, Sucs. y colaboradores, en el año 1948.

En la página 116, Robert H. Schomburgk, geógrafo y botánico inglés, en 1851, en su artículo “Una visita al valle de Constanza”, escribe sobre el monte Barrero:

“continuamos ascendiendo durante una hora; el panorama, sin duda, era hermoso. Al través de las columnas de los troncos de los pinos, veíamos a veces el poblado [Jarabacoa] rodeado de conucos de guineos y de platanares; todo se veía muy hondo, a nuestros pies, causándonos maravilla el haber podido ascender hasta allí ”

De este mismo lugar, o mejor, del Monte Barrero, el Barón de Eggers (1887):

“el camino que hace muchas eses, tan estrecho y con laderas tan pendientes a ambos lados, que uno se figura que va andando por la cumblera de un bohío. Afortunadamente las pendientes están cubiertas de pinos muy próximos los unos a los otros, desvaneciendo un poco la sensación de vértigo que producen aquellos precipicios ”

Y nos preguntamos ¿Dónde están esos pinos?

En otra parte, Schomburgk escribe sobre el camino entre el Barrero y Constanza:

“La borrasca no podía habernos sorprendido en una situación más peligrosa; nos era difícil sostenernos sobre los caballos, pues los árboles gigantescos, azotados por el viento, se doblaban sobre nosotros como cañas débiles ”

Y, los que hemos hecho esa travesía, nos preguntamos ¿Dónde están esos árboles que azotaron a Schomburgk? ¿Qué hizo el hombre con ellos? ¿Qué beneficio obtuvo y qué dejó a sus hijos? Sólo montañas peladas donde hoy no crece nada, pues todo bosque destruido jamás se repara por su cuenta, pues seguido es abandonado crece allí el yaraguá, el jau-jau (Piper aduncum), la zarza (Odontossoria), guayaba y otras plantas que apenas permiten germinar y desarrollarse las semillas de los árboles que en otros tiempos poblaron aquellos lugares.

Por cualquier lugar que entremos a nuestras cordilleras, encontraremos que éstas han sido desmontadas y que apenas se nota vegetación en los pocos Parques Nacionales, donde los siete agentes de destrucción ya mencionados no han podido entrar públicamente.

Cuando éramos niños, nuestros padres y abuelos nos hablaban del inmenso frío que se registraba en Constanza y al que los moradores de aquellos lugares llamaban “el botón” y “volcán”, término este último usado por Schomburgk en 1852 en su artículo titulado Una Visita al Valle de Constanza.

Este inmenso frío que en invierno azotaba a Constanza y al Bejucal también fue descrito por el Profesor Rafael Ciferri en su libro Studio Geobottanico del’Isola Hispaniola (1936).

Fue el frío invernal y el frío normal de Constanza durante todo el año, lo que en tiempo precolombino hizo que se conservaran los tres Parocnus encontrados en los alrededores de Constanza.

Aunque los inviernos son siempre frescos allí, ya no hace el intenso frío que se sentía cuando todos los alrededores de Constanza eran grandes bosques de pino, sabinas, ébano verde, etc., porque ya todos han sido cortados.

Otro ejemplo de destrucción lo encontramos al leer a Carlos E. Chaldón, quien en la página 291 de Reconocimiento de los Recursos Naturales de la República Dominicana, dice:

“Un ejemplo típico del manaclar se encuentra en la cordillera Septentrional. Desde La Cumbre a 720 metros, el sitio más alto de la carretera que conduce de Santiago a Puerto Plata, se divisan los manaclares en lo alto de las sierras vecinas donde forman densos bosques que apenas permiten la competencia de otras especies.”

Y continúa:

“En el camino que conduce de Jarabacoa a Constanza, al subir la Loma Barrero, se empieza a ver esta palma a unos 900 m.” Surge de nuevo la pregunta: ¿Dónde están esos manaclares?

Hemos visto como se cambia la Zona de vida cortando los árboles, pero no se ha dicho nada del efecto que estos cortes producen a los ríos y considero que no es necesario, pues todos recordarán el caudal del río Yuna, Camú, Yaque, etc. Sólo unos veinte años atrás, recordarán que los ríos Gurabo, Licey, Moca, Jacagua y otros, corrían durante todo el año y al desaparecer los bosques donde nacen, las lluvias que caen al no encontrar nada que evite su rápida circulación por la superficie del terreno corren al río y éste aumenta su caudal arrastrando grandes cantidades de sedimentos y después de algunas horas o días se agota, o mejor dicho, se secan hasta las próximas lluvias. Mientras tanto, todo lo que vive en el agua muere y ya pocos conocen peces como las lisas que en otros tiempos eran la preferencia de los pescadores en ríos, los dajaos, las biajacas, etc. Todos han desaparecido; también escasean las jaibas, las anguilas, los camarones, etc.; en una palabra, al cambiar el “ecosistema” cambia la vida y, mientras tanto, quienes sufrirán será nuestros hijos y nietos. Si no menciono otros ríos que han visto agotar su caudal hasta lo último es porque la lista sería interminable, pero estoy seguro que Uds. conocen algunos de ellos.

Tampoco hemos hablado del daño que el corte de los árboles proporciona a la vida silvestre; así nuestras jutías, el Solenodon paradoxus y Plagiodontia aedium, han tenido que huir o morir quemados, estando ya en la lista de los mamíferos en vía de extinción. Las aves también han abandonado su nicho y muchas de ellas están a punto de desaparecer, tales como la paloma coronita, la cotorra, el perico, la lechuza de orejita, etc.

Como recordarán ustedes, nuestra Línea Noroeste gozaba del prestigio de tener los mejores tiraderos de guineas cimarronas, las que crecían gruesas y en abundancia tal que se prestaba a que los cazadores exageraran el número de piezas que cobraban con cada tiro. Los montes eran inmensos; entre otros, recordaremos la famosa zona llamada La Solitaria, comprendida entre Hato al Medio – Guayubín y Villa Sinda. Allí había grandes manadas de chivos, burros y vacas, todas alimentadas por los frutos de el cambrón, del guatapanal y de la baitoa y por las plantas que crecían abundantemente entre los espartillos y cactus; pero el afán de lucro de unos cuantos que, sin prever los daños que producirían, convirtieron en carbón y leña toda aquella vegetación, sólo nos ha legado algunos animales hambrientos recorriendo un paisaje de desolación y de tristeza.

Si es cierto que La Solitaria está cultivada de sábila, no es menos cierto que en esos terrenos, si su vegetación no hubiera sido cortada se obtendría mayor cantidad de dinero con la cría de abejas y de chivos que con la sábila y el cambrón.

Frecuentemente leemos en la prensa que toda la vegetación de la Línea Noroeste, próxima a la Cordillera Septentrional y la del Sur del río Yaque (zonas eminentemente apícolas), es cortada para hacer traviesas, postes de cercas y carbón. Aquellos que incurren en dicha práctica ignoran los grandes daños que ocasionan a los apicultores de esas zonas, los cuales ven su situación económica deteriorarse en forma alarmante.

Veamos ahora otros casos de los que a diario suceden y que no nos hemos puesto a pensar que si suceden es porque nosotros hemos alterado las leyes de la Naturaleza.

Cualquier cambio en la ecología del lugar produce grandes cambios a la economía humana, si vemos que mientras Bs-S en la Línea Noroeste se mantuvo normal, esta región fue la principal productora de tomates, de lo que nos sentíamos orgullosos pero, como recordarán Uds., desde el 1927 comenzaron la construcción de canales de riego en toda la Línea y desde entonces comenzó el corte despiadado de árboles, los canales saturaron el aire de gran humedad y las lluvias aumentaron, echando a perder todo tomate que allí se siembre porque estos son atacados por la humedad del follaje. Ahora el tomate industrial se cultiva en los campos del Sur del país, pero allí llegarán los canales de riego y para unos pocos años pasará lo mismo que sucedió con los tomates linieros que el hongo no les permite producir beneficios para el agricultor.

Y, ¿que sucedió allí? El hombre quiso mejorar su zona de vida sin observar ninguna regla y la Naturaleza, que no admite cambios artificiales, obligó a los agricultores a emigrar a la Plena de Azua para allí poder producir tomates de buena calidad y con un rendimiento apreciable.

Otro ejemplo notable de como ha ido cambiando el ecosistema lo encontramos en Los Haitises, región que fue por muchos años la zona principal en la producción de yautía, en cantidades suficientes para cubrir el mercado de Puerto Rico y las Antillas Menores y hoy, al disminuir las lluvias debido al corte de sus bosques para la siembra de caña de azúcar, es casi imposible encontrar algunas libras de tan apreciado rizoma, mientras el agricultor, desesperado y acosado por los cultivos de caña, sigue cortando árboles, más y más tierra adentro y las lluvias, cada día más escasas, apenas permiten el crecimiento de la caña.

Ejemplos como este los observamos a diario y en cualquier localidad.

Para terminar esta exposición, considero oportuno hacer las siguientes recomendaciones:

  1. Estimular y alentar a la Dirección General Forestal para que siga repoblando nuestras montañas y cuidando los montes existentes.
  2. Que la Dirección Nacional de Parques y la Dirección General Forestal luchen por ganarse la confianza de los agricultores y que en sus reglamentos incluyan la autorización para poder cortar todo árbol que reúna las condiciones especificadas por las leyes, siempre que el agricultor demuestre ante un “agente forestal” que ha sembrado un número determinado de árboles y que ya estos están en vía de crecimiento. Con esto el agricultor, en conocimiento de que podrá cortar sus árboles cuando estén de provecho, es seguro que duplicará la siembra, ayudando así a repoblar nuestros campos.
  3. Alentar y ayudar a la Sociedad Dominicana de Ecología, instalada en la ciudad de Santiago; alentar y ayudar al Consejo Nacional de Conservación de los Recursos Naturales y alentar y ayudar a los moradores de la sección Rancho Arriba de Ocoa y otros que ya han notado y están sufriendo los efectos de la deforestación, aunque es tarde aún podemos salvarlos; corramos a ellos hoy, no mañana, pues la naturaleza no espera.
  4. Que las asociaciones culturales imiten y sigan el ejemplo de los moradores de El Bejucal, es decir que cuiden los pocos árboles que en sus campos vegetan. También entusiasmarlos a que repueblen las orillas de nuestros ríos, cañadas y lagunas.
  5. Apoyar el Programa Apícola Nacional, pues el apicultor, lejos de cortar un árbol, lo que hace es sembrar. Mención especial merecen aquí los pobres y honrados agricultores de Boca de Yuma, quienes cambiaron el triste oficio de carbonero por el arte y ciencia de la Apicultura y hoy todos luchan con algunos hermanos equivocados, que apoyados por unos “grandes” de Higüey, todavía queman carbón.
  6. Limitar la zona conuquera en nuestras montañas, y concientizar a los agricultores de los campos y los de las ciudades a que ayuden a poblar de frutales y de maderables sus “botados”, y enseñarlos a cultivar los “botados” sin necesidad de quemar. Además, recomendar a los criadores de ganado a que eviten el sobrepastoreo para así evitar la erosión de las montañas, tal como podemos apreciarlas en las sierras paralelas a nuestras cordillera. Como ejemplo, recordemos el paisaje entre Santiago, Jánico y San José de Las Matas.
  7. Prohibir las “quemas” en las montañas, pues los daños son incalculables, ya que lo no se quema, es arrastrado por la primera lluvia haciendo estéril la zona quemada.
  8. Regular la extracción de arenas de los ríos y de las dunas.
  9. Que al instalar un sistema de regadío se observen las leyes ecológicas para que no suceda lo que a los tomates en la Línea Noroeste.
  10. Recomendar que se prohiba el corte de los manglares, pues estos son viveros de peces, almejas, etc.
  11. Procurar por ley el abaratamiento de las estufas y del gas para así obligar a que los carboneros abandonen la práctica de quemar todo árbol que encuentre.

Todo lo expresado en este trabajo puede aplicarse a cualquier lugar del país y en muchos poblados y campos ya se comienza a pensar profundamente en el daño que estamos cometiendo al querer cambiar las leyes de la naturaleza.

Los tristes cuadros que hemos comentado nos han llevado a escribir este trabajo y, aunque muy tarde, todavía es tiempo de salvar algo de nuestra flora y fauna. Debemos crear una conciencia para la conservación y respeto por lo creado por la Naturaleza y estoy seguro que con amor y paciencia en pocos años veremos nuestras cordilleras pobladas de árboles y un día, cuando alguno de ustedes vea correr el agua cristalina por el cauce hoy seco de algún río, al mojar sus manos, elevará su pensamiento al infinito y dirá a los que hemos abandonado esta tierra que la obra emprendida por la conservación de la naturaleza ya ha comenzado a dar sus frutos. Son mis mejores deseos.